lunes, 17 de septiembre de 2012

DR. ODÓN BRUÑO CORONA, ODONTÓLOGO POR THE ROYAL COLLEGE OF SURGEONS OF ENGLAND Y TESORERO DE LA ASOCIACIÓN EXTREMEÑA DE ODONTOLOGÍA LEGAL Y FORENSE

 LA PRÁCTICA ODONTOLÓGICA COMO SOCIOLOGÍA

Por sus dientes les conoceréis. Esto es algo que los antropólogos saben sobradamente. Un molar arrojado al fango hace miles de años contiene la historia de una civilización con mayor detalle que cualquier crónica escrita. El científico que indaga los orígenes de nuestra especie toma el diente entre sus manos, calibra su tamaño y forma, consigna en su cuaderno el número de estrías y sus longitudes y, concluidas todas estas operaciones, ya se encuentra en disposición de precisar el sexo y la edad del propietario de la muela, de determinar su peso y estatura, de describir cuál fue su dieta alimenticia. Los antropólogos son gente perspicaz.
Pero esto no es todo. Cualquier economista de medio pelo le confirmará que basta echar un vistazo a las dentaduras de los nacionales de un país para determinar su renta per cápita, su tasa de ocupación, su producto interior bruto y su índice de desigualdad. Las tensiones que históricamente han vivido las distintas sociedades a causa de la injusta distribución de la riqueza también pueden ser explicadas desde un punto de vista dental. No parece descabellado pensar que el concepto mismo de lucha de clases naciera alentado por una periodontitis, una gingivitis o una caries de caballo. Resulta sencillo imaginar a don Carlos Marx víctima de un inmisericorde dolor de muelas para el cual no halla consuelo ni paliativo. En tal estado, don Carlos toma la pluma y, enrabietado por los celos que le procura la dentadura sana, nívea y esmaltada del Káiser, concibe para el mundo y sus desheredados la idea de la dictadura del proletariado.
En esto llega don Vladimiro Ilyich Ulyanov, a quien los más reputados historiadores atribuyen una salud dental deplorable, y, no pudiendo soportar el desafecto y el rencor que alimentan en su pecho los salubres y bien formados molares, incisivos y caninos de los Romanov, organiza una revolución rusa de ésas que ya no se hacen. (Dicen que, en un alarde de dignidad y como testimonio póstumo del final de una raza, el Zar Nicolás II forzó la sonrisa ante el pelotón de fusilamiento para hacer bien visibles el perfecto cincelado de sus coronas, la armónica disposición de sus premolares, la vigorosa encía, tierna y colorada como la frambuesa).
En nuestros días, el bolchevismo carece del tirón del que gozó en otro tiempo. Nuestras democracias constituyen la evidencia de que una sociedad puede organizarse conforme a los principios de libertad, igualdad y justicia. He ahí el caso español. Pero, ¿a quién debemos atribuir el mérito de la transición de un modelo político fundado en el autoritarismo y el culto personal a otro inspirado por el reconocimiento de los derechos fundamentales y del principio de participación política del ciudadano? ¿A Suárez? ¿A la moderación de la izquierda? ¿A la Corona? ¿A la particular sensibilidad del ser español? Lugares comunes, prejuicios, simples falacias. Si hay un cuerpo social que merezca tal reconocimiento ése es el que integran los odontólogos de España.
Gracias a su pericia y dedicación, y a las modernas técnicas protésicas, las dentaduras de los hijos del solar hispano ya no reflejan las desigualdades económicas y sociales que mostraban las piezas dentarias de nuestros abuelos. La democracia odontológica, fundada en la erradicación de la caries y en la sustitución del diente enfermo por prótesis móviles y fijas, ha abatido las diferencias entre clases sociales.
Con todo, y pese a aceptar la incuestionable aportación de nuestros dentistas al progreso social y al desarrollo económico de la patria, mantengo, personalmente, una reserva. Los usuarios de dentaduras postizas me dan repelús. Todos comparten, sin excepción, una sonrisa siniestra. Esos dientes perfectamente alineados y simétricos que asoman pujantes bajo el labio superior me producen no poco temor y desasosiego. No sé por qué, pero se me infunde que dentro de quien sonríe se esconde un señor a quien tan sólo se le ve la piñata. Y, en la convicción de que si pienso mal, acierto, creo que el huésped es un tipo maligno y malintencionado empeñado en salir al exterior empujando con los dientes, un parásito que intenta escapar del pellejo que le proporciona cobijo.
Cuando miro a Esperanza Aguirre, no puedo dejar de pensar que utiliza dentadura postiza. Aunque, claro, no debe de ser la única.

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