lunes, 29 de octubre de 2012

DOCTOR JERÓNIMO VALDERRÁBANO SERRALLÉ, DIRECTOR DE LA UNIDAD DE CARDIOLOGÍA DEL HOSPITAL NUESTRA SEÑORA DE LA ANTIGUA Y REDACTOR DE "MÁS ALLÁ", REVISTA DE INVESTIGACIÓN DE FENÓMENOS PARANORMALES

RITUALES MORTUORIOS Y FACTORES DE RIESGO EN LAS ENFERMEDADES CARDIOVASCULARES
 
Habían sido traídas en autobuses desde las distintas circunscripciones electorales de la región, lo más selecto del gremio de plañideras, y ellas, aplicadas y expertas, dedicaron toda la noche y buena parte de la madrugada a gemir desconsoladas en torno al lecho mortuorio. De haber podido, el infortunado secretario provincial del partido habría celebrado el efectismo de la puesta en escena.
La estancia en la que se velaba el cadáver de aquel zorro de la política iba siendo ocupada en disciplinado orden por aquéllos que mejor le conocieron en vida. En una esquina, intercambiando confianzas y chistes subidos de tono, departían los más adinerados empresarios de la provincia: esforzados hombres de negocios, ciudadanos intachables, inagotables creadores de riqueza, inasequibles al desaliento y a la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal de la Dirección General de Policía.
Junto a la ventana, circunspectos, media docena de ojerosos y barbudos intelectuales locales maldecían la brevedad de la existencia y la inoportunidad de este deceso, prueba palmaria de que la muerte no sabe de calendarios ni de programaciones, ya ves, un par de semanitas más y el fiambre habría disfrutado del tiempo necesario para cumplir su promesa de firmar un generoso convenio por el cual la Diputación Provincial correría con los gastos (onerosos, como corresponde a toda creación artística que se precie) de la edición completa en rústica de las obras firmadas por los más relevantes poetas de la capital. “Siempre se van los mejores”, lamentaban a coro los de las luengas barbas.
Más allá, fieles a la proximidad de la mesita donde se habían dispuesto los emparedados y los refrescos, guardaba respetuoso silencio una representación de los asesores nombrados por el partido en las más diversas instituciones públicas. Aquél a quien se tenía por el mejor preparado de todos ellos (su destreza para superar holgadamente los exámenes de 1º de BUP, con la única mácula de sendos suspensos en Química, Literatura, Historia, Educación Física y Pretecnología, le había proporcionado tal reputación) había sido escogido para dar lectura a una oda fúnebre.
Quienes detuvieron su mirada sobre el hombre elegido para glosar las excelencias del difunto podrían haber creído que el ligero temblor de sus manos, la copiosa sudoración que le perlaba la frente, el tic incorregible de su ojo izquierdo no eran sino la expresión de la inquietud que le asaltaba ante la magnitud de la tarea que le había sido encomendada. No era eso, no. Los padecimientos del asesor eran de muy distinta naturaleza, pues estaban alentados por un recuerdo, el de aquella tarde en la que, animado por la prometedora carrera que podría proporcionarle tan ínclito mecenas, prestó juramento de fidelidad al secretario provincial, hoy ya difunto, con un entusiasmo servil del que aquí, en el velorio, se arrepentía: “Secretario, cuente conmigo. Allá donde vaya usted, iré yo”, le prometió. Resultaba absurdo, desde luego, pero la posibilidad de que, aun tieso como la mojama, el secretario abandonase el féretro para exigirle el cumplimiento de su compromiso le desazonaba. “Ya va siendo hora”, le conminaba el fiambre en su alucinación, y él, espantado, creía no disponer de argumentos para negarse.
Una brisa gélida penetró, ululando, a través de la ventana. A su impulso se mecieron los visillos, la bandera con los colores del partido que acolchaba el ataúd, el flequillo del cadáver. La visión del cabello en movimiento le hizo imaginar un gesto del fallecido para retirar los mechones de la frente, la evidencia de que lo siguiente que le cabía esperar era asistir al milagro del cadáver que se levanta, pide disculpas al respetable y brama con voz de ultratumba, sin dejar de atravesarle con su mirada vidriosa: “Venga, que nos vamos”.
Cayó fulminado, víctima de un infarto irrecuperable. Dejó viuda, dos hijos y una vacante de asesor, generosamente remunerada, en no sé bien qué departamento de la administración provincial.

No hay comentarios:

Publicar un comentario